El reloj despertador sonó a las 6 de la mañana y a pesar de ser un domingo de invierno, no hubo quejas por tener que levantarse tan temprano. Así comenzó este viaje para dos colombianas que querían conocer lo que era “el frío de verdad”. Me asomé por la ventana del hotel y vi que la oscuridad era tal como si aún fuera medianoche; la penumbra era tan cerrada que parecía que el sol no tuviera ni las más mínimas intenciones de empezar a alumbrar. Es lógico, estábamos bien al oeste del mapa. Desayunamos y muy puntual nos pasó a buscar el bus que nos llevaría a la excursión de “Alta montaña”.
Transitamos poco a poco las solitarias calles del centro de la ciudad de Mendoza, bordeando las acequias que forman parte del característico paisaje cuyano. Sin prisa, pero sin pausa, nos dirigimos rumbo a las afueras. El sol empezaba de a poco a mostrar sus tímidos rayos los que no eran suficientes para hacerle mella al frío de la mañana. Sin embargo, esa temperatura, no era nada, en comparación a lo que íbamos a vivir.
El recorrido por la ruta 40 nos iba alejando de la bella ciudad capital y luego de tan solo 20 kms., llegamos al primer lugar: Luján de Cuyo, en el llamado Gran Mendoza; una pintoresca ciudad caracterizada por sus viñedos y bodegas. El camino siguió y nos iba presentando un paisaje cada vez más árido, con casas distantes unas de las otras, que pasaban casi desapercibidas al costado del camino; todas enmarcadas en un paisaje invernal, de pálidos colores y una vegetación agreste y escasa.
Transitamos otros pequeños poblados, en los que de tanto en tanto se divisaban algunos parrales en solitarios campos. Empalmamos con la ruta Nacional 7 y luego de circular casi una hora, llegamos a Potrerillos; ya en pleno corredor andino, contemplamos su característico espejo de agua de casi 1500 has.
Rodeado de un paisaje majestuoso y de una belleza inconmensurable, lo dejamos atrás, y así, casi sin darnos cuenta, pasaron otros 50 kms. Llegamos a Uspallata, en el departamento Las Heras, la ciudad, surcada por el Río Mendoza y los arroyos San Alberto y el que le da nombre a esa tranquila población, dueña de un paisaje cansino, donde el tiempo parece no pasar.
Hicimos un breve alto en la travesía, respiramos el aire puro y seguimos adelante. Con un frío cada vez más intenso, pasamos por Los Penintentes, el otrora exclusivo centro de ski, furor en la década del ’90, sitio que debe su nombre a los riscos que se asemejan a unos monjes rezando, ubicado a escasos 4 kms. Del cerro Aconcagua, la montaña más alta de América.
Faltaba otro tramo en el recorrido y en ese interín, conocimos el Fabuloso “Puente del Inca”, último punto antes de llegar a nuestro objetivo. Esta formación rocosa natural sobre el Rio las Cuevas, el cual, a partir de allí toma el nombre de Río Mendoza, está unida a las ruinas de un hotel de baños termales que el sismo de 1965 destruyó y de lo que solo la iglesia quedó en pié.
Cuenta la leyenda que el heredero del Imperio Incaico, se encontraba muy enfermo de una severa parálisis, por lo que los consejeros del líder le recomendaron a su padre dirigirse desde Cuzco hasta estas vertientes de la zona en búsqueda de la cura. Para que el joven pudiera cruzar el caudaloso río, los guerreros que lo escoltaban se abrazaron unos a otros y formaron un puente humano a través del cual pasó el Inca con su hijo en brazos, y en la terma encontró la ansiada sanación. Cuando volvió su mirada atrás para agradecerles, los escoltas se habían petrificado, creando el puente.
Anduvimos desde allí, los últimos 12 kms que nos separaban de “Las Cuevas” el punto en el cual las colombianas, protagonistas de este relato, iban a conocer lo que querían: “el frío de verdad”. Descendimos finalmente y ya en el lugar, el viento zonda, nos hacía muy difícil mantener el equilibrio; era tal su fuerza que calaba hondo en los huesos.
Abrigados como para soportar el frío intenso, toda la ropa no fue suficiente para dejar de sentirlo. Ingresamos a la nieve y empezamos a disfrutar no solo del paisaje, sino también de esa experiencia casi desconocida para Constanza y Ainara, bogotanas a quienes el clima propio de su país, no les dejaba ni siquiera imaginar lo que son las temperaturas bajo cero.
Luego de jugar un buen rato con la nieve, llegó el momento de compartir un almuerzo bien caliente junto a turistas provenientes de diferentes partes del mundo. Recuperamos las energías para afrontar el viaje de vuelta a la ciudad capital.
Fue emocionante también, haber recorrido en parte, el circuito que llevó al Gral. San Martín a libertar Chile y Perú, justo en las fechas que se conmemoraba un año más de su paso a la inmortalidad.
Finalmente, volvimos al hotel, cuando la oscuridad de la noche ya se había posado en el cielo mendocino. Era el momento de descansar y tener todo listo para emprender al día siguiente, la vuelta a casa.
Redaccion y Fotografias: https://www.instagram.com/carlosdaniellezcano21/